La pandemia de la Covid-19 generada por el coronavirus ha supuesto un cambio profundo y radical en la manera de entender la gobernanza universitaria y a su vez, esto puede propiciar una oportunidad para contrastar las percepciones de los profesores y de los estudiantes (pertenecientes a la generación millenial y por ende tendentes a un modo de adquisición de información propio). El fuerte impacto ejercido por las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) en el mundo actual también ha incidido notablemente en la formación que constituyen los diferentes grados universitarios. Su presencia se encuentra relacionada con la competencia “utilizar y analizar las TIC en distintos ámbitos”, que busca desarrollar en el alumno habilidades para el uso y análisis de las TIC en los distintos ámbitos en los que desarrolle posteriormente su profesión. Esto se interpreta como un hecho relevante, con mayor consistencia y que avanza a una velocidad que es difícil de controlar porque la digitalización y las plataformas online facilitan de manera eficaz y económica el aprendizaje.
La formación del alumno debe estar fundamentada en la propia naturaleza del sector en el que desarrolle: ajustarse mayormente a las demandas del mercado. De ahí la necesidad de desarrollar en el alumno competencias con una alta orientación de servicio al cliente así como técnicas comunicativas que faciliten la interacción entre los agentes implicados. El entrenamiento y la formación de competencias emocionales y sociales también son fundamentales.
¿Y qué ocurre con la formación del profesorado?
La nueva política educativa universitaria ha de adecuarse a las necesidades del nuevo consumidor de servicios, la rapidez de la evolución tecnológica y el no deseado empobrecimiento de la enseñanza basada en valores. Asimismo, debe dirigir sus esfuerzos y propuestas inicialmente al área de la formación del profesorado para que éste sea capaz de transmitir, mediante un uso adecuado de herramientas didácticas y estilos de aprendizaje, sus conocimientos y experiencias a estudiantes que desean aprender y ampliar sus horizontes competenciales merced al empleo de la Inteligencia Emocional. Sólo así se consigue el progreso y la mejora de competencias que enriquecen al alumnado y a los docentes en el ámbito académico. El Espacio de Educación Superior no debería obviar la formación y el reciclaje del profesorado: la diversidad, la conciencia ética y el impulso del cambio son elementos de peso dentro de los grados universitarios.
Con esta nueva visión de las cosas, es decir, una relectura para todos los estamentos de la Academia, se mejoraría la calidad educativa al satisfacer las necesidades y expectativas del mercado, de los estudiantes y las competencias de los profesores.
Un profesor emocionalmente inteligente es capaz de educar y formar al estudiante en competencias relevantes en Inteligencia Emocional para su presente y futuro como son: el desarrollo de su autocontrol, la capacidad adecuada de expresar sentimientos hacia los demás, el reconocimiento de sus propias emociones y el de las ajenas y mostrar habilidades sociales basadas en la empatía, superando así, la tradicional simpatía profesional exigida actualmente. Pero, ¿qué es la Inteligencia Emocional? Barrientos-Báez (2019), la definió como “la capacidad de controlar y gestionar positivamente las emociones propias y ajenas, en un escenario cualquiera, donde se producen experiencias y cambios como parte del proceso de aprendizaje personal”. Consecuentemente, el desarrollo de los recursos y herramientas emocionales en la formación del profesorado deberían ser de los primeros peldaños en el camino hacia el cambio que el sistema educativo europeo precisa. ¿Cómo conseguirlo? a partir de la integración en el currículo académico de nuevos contenidos transversales basados en las competencias sociales. Sería así mucho más fácil y produciría unos egresados en consonancia con el nuevo mercado laboral.
Es importante señalar que las universidades tendrían que ser conocidas por sus habilidades y capacidades para formar profesionales y realizar investigación científica. Barrientos-Báez et al. (2020) señalan que la Universidad es la institución pública o privada de formación superior, formada por diferentes elementos que se interrelacionan entre sí en torno a un sistema abierto, dinámico y con capacidad de adaptación a los cambios que se suceden en la sociedad. En este estado de cosas, la formación del profesorado podría valorarse como un concepto “sin fin”. ¿Qué significa? Que de la misma manera la sociedad es cambiante por las circunstancias exógenas que se suceden cada día, la evolución de la misma es innata y en muchos sentidos impredecible. Por tanto, el profesorado debe contar con herramientas que le ayuden a mejorar competencias y conocimientos que más pronto que tarde deberá enseñar al conjunto de estudiantes.
La gobernanza en la Universidad no puede obviar que los procesos de cambio educativo son muy lentos pero inevitables. Sólo la pasividad y la inmovilidad son imposibles en educación. Dada la transversalidad de las TIC y a su manera de filtrarse a todos los estratos de la sociedad, su aplicación extendida es cada vez más factible, real y sencilla: donde hace unos años se cuestionaba la posibilidad de equipar a cada alumno con un ordenador por cuenta del sistema público de educación, hoy es más que probable que cada estudiante tenga el suyo. Las plataformas digitales permiten gamificar la enseñanza de forma rápida y eficaz para conseguir la atención del alumno, aliviando la carga de procesos académicos del profesorado y abriendo las puertas a una experiencia más satisfactoria para ambas partes de la relación docente-discente.
Por tanto, la formación en TIC del profesorado y mantener actualizados los medios que se empleen en la estrategia de enseñanza-aprendizaje, se contemplan como engranajes de una cadena que no se pueden separar del resto. De la misma manera, cabe resaltar la importancia es esta formación específica para la parte del trabajo docente vinculada a la gestión académica de los centros y sus asignaturas.
Capacitar al profesorado para el análisis, la guía de seguimiento del alumno, la discusión y la evaluación, se realiza adoptando un enfoque analítico hacia la enseñanza.
Con todo lo comentado anteriormente, se trata de motivar al profesorado a asumir una mayor responsabilidad del propio desarrollo profesional y adquirir un mayor grado de autonomía.
Tenemos ahora la opción de reflexionar sobre la formación recibida y la que se precisa recibir para ser protagonistas del propio aprendizaje que será compartido con los estudiantes. Construir “Academia” no significa únicamente transmitir conocimientos, sino planificar, trabajar en equipo, crear sinergias, favorecer la reflexión y la investigación.
Almudena Barrientos Báez, Escuela Universitaria IRIARTE, Universidad de La Laguna